Don Quijote, el caballero andante
Don Quijote de la Mancha, el nuevo caballero andante, aparece en escena cuando los libros de caballería eran literatura obsoleta, condenada a la crítica y al olvido. Miguel de Cervantes, su creador, pone a disposición de Don Alonso Quijano una biblioteca atestada de estos libros que lo llevan a enloquecer al punto de querer convertirse en caballero y lanzarse al mundo en búsqueda de aventuras y desafíos. Cervantes, se vale de este personaje para parodiar las novelas de caballerías y darnos su definición de caballero andante. El obviamente tiene una opinión de ellos muy distinta a la de don Quijote. Este trabajo se propone analizar la figura del caballero andante, según el propio personaje y el autor.
Desde el inicio de la obra, Cervantes ridiculiza los caballeros andantes describiendo a don Alonso Quijana “de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro” (I, 33), características todas opuestas a las de los caballeros andantes de las novelas. Del mismo modo, el caballo que se busca don Alonso no se iguala al “Bucéfalo” de “Alejandro” ni al “Babieca del Cid”, pero él se empeña en ser caballero andante y para serlo necesita un caballo. Valiéndose de su imaginación, imagina su rocín más fuerte y joven de lo que en realidad es y lo llama Rocinante por considerar el nombre “sonoro, alto y significativo”. Definitivamente todo es una ironía que bien pudiera provocar en los lectores de entonces la gracia que causa en los lectores modernos. Sin embargo, para ser un caballero andante, según don Quijano, no basta tan solo con tener un buen caballo, se debe llevar además un nombre digno que realce la magnificencia de un caballero. De manera que rigiéndose por las leyes de caballería se cambia el nombre por el don Quijote inspirado en la leyenda de Amadís de Gaula:
El valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamo Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della. (I, 42)
Con caballo y nombre nuevo se le ocurre al futuro caballero andante que lo que necesita es una dama para encomendarse a ella en sus batallas y dedicarle sus victorias como hacen los caballeros de las novelas. Según don Quijote, las damas cumplen un papel importante en las fábulas caballerescas: “en este nuestro estilo de caballería es gran honra tener una dama muchos caballeros andantes que la sirvan, sin que se entiendan más sus pensamientos que a servilla por sólo ser ella quien es, sin esperar otro premio de sus muchos y buenos deseos, sino que ella se contente de acertarlos por sus caballeros” (XXXI, 330). Cuando Cervantes describe la dama que don Quijote elige se nota que está satirizando a la mujer ideal que alaban los caballeros andantes y por ende, ridiculizando también las novelas de ese género. Aldonza Lorenzo es al igual que don Quijote, la antítesis de lo que son las damas de los caballeros. Ella es una labradora del Toboso, que Sancho describe más adelante como una mujer de campo, fuerte de físico, rayando en tosca y de olor desagradable. Sin embargo, don Quijote la idealiza y en sus momentos de apuro la invoca pidiéndole amparo y protección, actuando como los caballeros que admira en los libros de caballería y que tanto se esfuerza en imitar: “Oh señora de mi alma, Dulcinea, flor de la hermosura, socorred a este vuestro caballero, que, por satisfacer a la vuestra mucha bondad, en este riguroso trance se halla!” (VIII, 73).
Los caballeros andantes deben abandonar su pueblo al amanecer y por la puerta trasera para que nadie los vea y así hace nuestro caballero cuando deja el suyo para ir en búsqueda de aventuras. De aquí en adelante, para asemejarse a sus héroes, don Quijote se ve obligado a desfigurar aun más su realidad para que ésta se parezca a la del mundo fabuloso de los libros de caballería. Llegado a este punto de la obra, se habla de cuáles son los ideales y principios de los caballeros andantes, los cuales no se enfatizan hasta más tarde, cuando explica el por qué de sus aventuras. Como todo caballero, su misión es la de proteger y ayudar a pobres y desvalidos, por ello se lanza al mundo en búsqueda de aventuras y batallas por ganar.
Mas un caballero andante, según el conocimiento que don Quijote tiene sobre el manual de caballería, debe pasar su primera noche rezando en una capilla y cuidando de sus armas. El inconveniente es que don Quijote quiere hacer algo que en la realidad nadie hace. Los caballeros andantes ejercen su misión en la ficción, no en la vida real, por lo que él no cuenta con castillo, ni capilla para cumplir su cometido. Entonces su imaginación que raya en locura lo lleva a desfigurar la realidad para poder cumplir sus deseos. Imagina que el ventero es el dueño del castillo, que en realidad es una venta, el campesino lo figura anunciante de su llegada y las prostitutas las cree doncellas.
Una vez ordenado caballero andante, don Quijote declara que lo ha hecho “para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos” (XI, 115). Por ello le pide a un campesino rico que deje de golpear a su mozo Andrés por haberle perdido unas ovejas. En esta escena, el protagonista muestra dos valores que deben caracterizar, según él, a los caballeros andantes. El primero, es el de defender a los desvalidos, por ello don Quijote intercede por Andrés que no tiene quien lo defienda y padece los azotes de su furioso amo. El segundo principio caballeresco que demuestra es la importancia que le da a la palabra. Al amo darle a don Quijote su palabra de que perdona al mozo, éste le cree porque para los caballeros andantes las promesas se cumplen y las palabras tienen peso.
Un caballero además necesita un escudero y tras su primera aventura Don Quijote decide escoger uno. Sancho Panza es su elegido. Este es un campesino, vecino suyo, quien al igual que Dulcinea y el propio don Quijote, es la antítesis del escudero de las novelas de caballería. Dulcinea no es bella y ni agraciada como las heroínas de los libros y don Quijote tampoco es joven ni fuerte como los caballeros andantes; por lo que Sancho no es la excepción y se cumple el objetivo del autor que es parodiar las novelas de caballerías. Sancho es grueso, inculto, pobre y “de poca sal en la mollera”. Esta selección de escudero reafirma la locura de nuestro peculiar caballero andante. El lector familiarizado con las novelas caballerescas de la época reconocía inmediatamente que en ninguna de ellas aparecía un escudero con la descripción de Sancho Panza.
La primera gran aventura de don Quijote en compañía de Sancho es la de los molinos de viento. Todos saben que los gigantes no existen, aunque en las novelas de caballerías estos son protagónicos y se puede decir que imprescindibles. Cervantes parodia cien por ciento las figuras fantasiosas de los gigantes, sobre las que a tantas personas le gusta leer, cuando don Quijote confunde los molinos con gigantes, a los que se dirige diciendo: “Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que en un solo caballero es el que os acomete” (VIII, 90). Aunque Sancho intenta convencerlo de lo contrario, don Quijote se empecina en que estos son gigantes y arremete contra ellos. Una vez vencido, el hidalgo culpa el poder de un mago sacado de los libros de caballería de la transformación de los gigantes en molinos. Don Quijote muestra algo más aquí sobre los caballeros andantes. Según él, estos debían ser valientes y arriesgarse, lanzándose contra gigantes aunque estos no le hubiesen hecho daño alguno.
En otra ocasión, don Quijote ve dos rebaños de ovejas frente a frente y las imagina ejércitos. Creyendo que se trata de una guerra y queriendo evitarla, el caballero se lanza sobre ellas y acaba siendo apedreado por los pastores que quieren proteger sus animales. Según don Quijote, los caballeros andantes están para hacer el bien y evitar tragedias como las guerras. Mas como en realidad no existen, él se la tiene que pasar inventándose situaciones similares a las que ha leído para vivir su fantasía. A los galeotes que son criminales enviados a las galeras como forma de castigo por orden del rey, se ve en el deber de liberarlos porque estos van en contra de su voluntad. A los sacerdotes de San Benito que viajan de noche los ataca imaginando que son fantasmas y con un grupo de monjes que acompañan a una joven se comporta de forma extremadamente violenta, creyendo que llevan secuestrada a una princesa. No cabe dudas que nuestro caballero exhibe una valentía comparable a la de los caballeros del pasado y esto inspira respeto entre los que lo aprecian a pesar de reconocer que se trata de batallas baldías.
Con la excepción de Sancho, ningún personaje ve a don Quijote como si éste fuese un caballero andante. Muchos personajes lo dan más bien por loco. Un ejemplo de ello es que el ventero ve a unos visitantes llegar y admirar las palabras que le escuchan decir al supuesto caballero andante y les explica que “era don Quijote, y que no había que hacer caso del, porque estaba fuera de juicio” (XLIV, 322). El cura también reconoce la locura de don Quijote cuando en la siguiente escena dice que: “estaba persuadiendo el Cura a los cuadrilleros como don Quijote era falto de juicio, como lo veían por sus obras y por sus palabras, y que no tenían para que llevar aquel negocio adelante, pues aunque le prendiesen y llevasen, luego le habían de dejar por loco” (XLVI, 333). Las novelas de caballerías provocan esta locura en don Quijote y uno de los personajes que más claramente llega a esta conclusión casi al final de la primera parte de la obra, es el canónigo cuando le dice:
“Paréceme, señor hidalgo, que la plática de vuestra merced se ha encaminado a querer darme a entender que no ha habido caballeros andantes en el mundo, y que todos los libros de caballería son falsos, mentirosos, dañadores e inútiles para la república, y que yo he hecho mal en leerlos, y peor en creerlos, y mas mal en imitarlos, habiéndome puesto a seguir la durísima profesión de la caballería andante, que ellos ensenan, negándome que no ha habido en el mundo Amadises, ni de Gaula ni de Grecia, ni todos los otros caballeros de que las escrituras están llenas” (XLIV, 353).
La opinión que el canónigo tiene de los caballeros andantes parece ser la voz de Cervantes. El autor a través del personaje de don Quijote se burla de las hazañas sobrehumanas que las novelas les achacan a los caballeros andantes. En voz del canónigo, el autor le está diciendo a los lectores que todos los que crean que los caballeros existen están locos y el que intente imitarlos, como hace don Quijote, acaba desequilibrado igual que él.
Cervantes en ocasiones califica a don Quijote de cobarde, una característica totalmente anti-caballeresca. Esto se demuestra cuando dos huéspedes intentan abandonar la venta sin pagar y al ventero detenerlos, los dos hombres comienzan a golpearlo. De ahí que Maritornes, la ventera y su hija corran hacia don Quijote para pedirle ayuda. Primeramente éste les da la excusa de no poder luchar contra los hombres hasta que la princesa Micomicona le de permiso de hacerlo; cuando éste se le es concedido, les dice que no puede luchar contra “gente escuderil”. Por la actitud de don Quijote, Maritornes, la ventera y su hija dicen sentir “rabia” y Cervantes añade que “se desesperaban de ver la cobardía de don Quijote” (325). Aquí el autor está calificando de cobarde a don Quijote, según su perspectiva y la de otros personajes que presencian su actuación. Esta escena se puede interpretar como otra crítica de Cervantes a los protagonistas de las novelas de caballerías.
Al final de la obra, el barbero y el cura llevan a don Quijote de regreso a su pueblo, enjaulado en una carreta de mula, un domingo al mediodía. El propio don Quijote, en medio de su locura, se sorprende de ver la condición en la que se encuentra:
“Muchas y muy graves historias he yo leído de caballeros andantes; pero jamás he leído, ni visto, ni oído, que a los caballeros encantados los lleven de esta manera, y con el espacio que prometen estos perezosos y tardíos animales; porque siempre los suelen llevar por los aires, con extraña ligereza, encerrados en alguna parda y oscura nube, o en algún carro de fuego, o ya sobre algún hipógrifo o otra bestia semejante; pero que me lleven a mi agora sobre un carro de bueyes… también podría ser que, como yo soy Nuevo caballero en el mundo, y el primero que ha resucitado el ya olvidado ejercicio de la caballería aventurera, también nuevamente se hayan inventado otros géneros de encantamentos, y otros modos de llevar a los encantados” (XLVII, 339).
Este don Quijote que regresa a su pueblo es muy diferente al hidalgo que lo abandona lleno de fuerzas y ganas por vivir las aventuras típicas de los caballeros andantes. No sólo demuestra haber perdido sus fuerzas al dejarse llevar como un animal de regreso a casa, aún cuando Sancho le propone abrirle la puerta de la jaula, pero también en la forma en la que reacciona a la historia del cabrero. Este último le cuenta que la mujer que ama se enamoró del hombre equivocado, el cual acabó robándole sus joyas y la abandonó en una cueva. El cabrero también le cuenta que el padre de la muchacha la encerró en un convento cuando ella regresó a casa. Por su parte, él había decidido irse a sufrir a los montes. Don Quijote le cuenta todo lo que él haría si tuviese fuerzas para liberar a la muchacha y concluye que no puede cumplir con su papel de caballero andante porque está encantado. Esto demuestra un cambio radical en un hombre que se enfrentaba a más de cinco hombres, en el caso de su aventura con los que creyó fantasmas, o arremetía contra molinos de viento.
Al final de lo que parece ser un largo y pesado trayecto para regresar don Quijote a su casa, la sobrina y ama de éste lo reciben y tienden en su antiguo lecho, no sin dejar de maldecir los libros de caballerías a los que desde un principio culpan de su locura:
“Aquí alzaron las dos de nuevo los gritos al cielo; allí se renovaron las maldiciones de los libros de caballerías; allí pidieron al cielo que confundiese en el centro del abismo a los autores de tantas mentiras y disparates” (LII, 368). Una vez más, Cervantes le está diciendo a los lectores que toda persona que intenta ser en la vida real un caballero andante termina loco, o desgastado como don Quijote, porque las hazañas sobrehumanas que los libros ensalzan son imposibles de realizar por hombres de carne y hueso.
Don Quijote cumple su sueño de ser caballero andante; aunque para hacerlo tenga que desfigurar la realidad, o enfrascarse en aventuras baldías. A través de su personaje, los lectores conocen lo que para él era ser un caballero andante y la forma en la que las novelas de caballerías describen a los mismos. Por su parte, Cervantes, el creador del personaje, demuestra una opinión de estos muy distinta a la de don Quijote. El autor parodia abiertamente los ideales caballerescos, burlándose de su afán por hacer el bien, cuando en ninguna ocasión a los que él “supuestamente” ayuda se lo agradecen, o le devuelven el favor. Cervantes da su opinión más explícitamente a través de las palabras del cura, el canónigo, el ama y hasta la sobrina de don Quijote, quienes opinan que los libros de caballería son “mentirosos”, “falsos”, e “inútiles”. Definitivamente, Cervantes consideraba que las novelas de caballería eran una pérdida de tiempo, tal vez por ello permite que cuando limpian la biblioteca quemen todos sus ejemplares con la excepción de una. Aunque su obra se basa en esas novelas, por su estilo de narración, los matices que Cervantes le da a sus personajes, la híbridez de géneros dentro de la obra, desde sonetos cultos, poesía pastoril, cartas, hasta historias sentimentales, pastoriles y árabes, hacen de ésta una obra maestra que ha trascendido tiempos, a diferencia de los libros de caballería que han quedado en el olvido.
Obras citadas
Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha I. Ediciones y Distribuciones Mateos.
Madrid: Editorial EDIMAT LIBROS, S.A, 1998.
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