Tuesday, May 20, 2008

Ricardo

Hoy, 19 de mayo, adopté mi primer niño. Lo llamo el primero porque espero prosperar mucho para adoptar más. Lloré todo el tiempo que estuve llenando la planilla con mi nombre, apellido, dirección, número de tarjeta de crédito y demás detalles pertinentes. En fin, estuve conciente y emocionada el tiempo que me tomó llenar el papel que vinculaba mi vida con la de un pequeño de once años. No recuerdo cuando fue la última vez que me sentí tan cristiana, tan cerca de Dios y predicadora de todos los mandamientos que he oído en las misas a las que desde niña he asistido. No es con frecuencia que se pone verdaderamente en práctica el cristianismo.

Mi camarógrafo Gilberto y yo fuimos a la feria cristiana para hacer un reportaje del evento. Recorriendo los estantes de libros y CDs cristianos, mientras esperábamos a la organizadora para hacerle una entrevista, me llamó la atención un kiosco diferente. En él, dos señoras colombianas me hablaron sobre un taller creado por un matrimonio, donde a mano confeccionaban cuadros con escritos, marcos para colocar fotos y marcadores de libros con versículos bíblicos. Cada uno de ellos era irrepetible, estaban hechos con pétalos de rosas, tallos de plantas, piedras multicolores, madera y distintos productos naturales. Me parecieron hermosos los trabajos. Pensé entonces en la historia que había detrás de cada uno de esos cuadros y confecciones a mano. Cada objeto estaba hecho por una mujer sola, cabeza de familia. En la mayoría de los casos habían sido mujeres abusadas, o madres que se quedaron solas a criar sus hijos. Imaginé a este matrimonio misericordioso dándoles un empleo y ayudándolas monetaria y espiritualmente acercándolas a Dios. Me contaron también las señoras que el matrimonio fundador del ministerio elegía a sus trabajadoras en base a la necesidad económica que tuviesen y las preferían no cristianas, para hacer con ellas una labor evangelizadora.

Las dos vendedoras comenzaron a hablarme de Jesús, sin pizca de fanatismo, ni obsesión. Una comentaba que le alegraba haber crecido en un hogar católico porque notaba que los jóvenes criados en hogares cristianos vivían tan reprimidos que parecían obsesionados con las reglas y se descarrilaban en el afán de ser super perfectos. Yo opiné que eso ocurría con cualquiera religión, a lo que la segunda señora respondió:

-Eso siempre pasa. Son tantas las prohibiciones que se les hacen a los jóvenes, que si el sexo es malo y Jesús los va a castigar, que si no deben hacer esto, o aquello porque es un pecado. Es tanto, tanto que los chicos se acaban cansando y se van al otro extremo…
-Pero Jesús, el cristianismo y el amor de y a Cristo no es eso. Es mucho más-dijo la otra.
-¿Tú alguna vez has recibido a Dios en tu corazón? ¿Le has dicho a El entra en mi vida, llena mi trabajo, mis relaciones, mis estudios, llena y purifícalo todo con tu presencia?-me preguntó de repente la primera señora.
-Yo creo que sí.-le respondí.-Pero creo que hay épocas que estoy más cerca de El que otras.

Les hablé de corazón. Sentí y siento lo que entonces les confesé a las dos desconocidas. Fue aquel un momento de revelación. Una de ellas propuso que rezáramos. Pidió por mí. Llamó a Dios en nombre mío y me pidió repetir después de ella una hermosa oración. Le pedí a Dios que se acercara a mi vida y me ayudara a tener presente y poner en práctica sus enseñanzas. Sé que es difícil. Sé que es un trabajo diario. Pero con Su ayuda todo lo puedo. Sin El, nada soy.

Dos horas después, cuando ya me había despedido de mis dos nuevas amigas cristianas y había terminado las entrevistas para mi reportaje, una joven me invitó a ver una película que duraba diez minutos. En dicho filme, conocí a Miguel y Miguelina, dos hermanos gemelos de seis años que nacieron con sida. Su madre los inyectaba a diario. Ella también tenía la enfermedad. Al terminar la película, un señor colombiano vino a hablarme sobre el aumento en las cifras de infestados por el sida en el mundo, le conté que una de las experiencias mas increíbles de mi vida había sido trabajar con enfermos de sida por una semana en Nueva York.

-Fueron unas increíbles vacaciones de Spring Break. Muchos en la universidad regresaron dorados de Cancún, tras sus vacaciones de primavera, yo nunca volví a ser la misma. Mi cambio no había sido temporal-le dije.
Juan, así se llama el presentador de World Vision, no me tuvo que hablar mucho sobre la ayuda monetaria que le ofrecían a los niños alrededor del mundo. Yo misma le pregunté si tenían fotos de niños enfermos para adoptar uno. Fue extraño. Ahora que reconstruyo la escena en retrospectiva me parece que yo ya sabía lo que debía, e iba a hacer. Fue como si ya hubiese oído lo que Juan me contaba por primera vez.
-Estas tarjetas que dicen “sí” son la de los niños con sida. De este lado están los que buscan adopción. Muchos viven con sus padres, otros con familiares. Todos necesitan ayuda. Viven en pobreza. Los enfermos de sida necesitan medicamentos. Las farmacias nos dan los productos a precios más bajos.Fotos de rostros infantiles yacían sobre la mesa. Al lado de las fotos de los niños habían fichas. Todas decían lo mismo: nombre del niño, número de identificación, sexo, fecha de nacimiento, país y debajo una bandera de dicho país. Debajo de la foto y esos datos de identificación habían tres, o cuatro párrafos con detalles de la vida del pequeño. Yo me quedé con Ricardo. Fue el primero que vi y de quien me quedé prendada. Después vi y leí sobre otros niños en Haití y Africa. Quise poder adoptar a todos, pero regresé a Ricardo A. Agarré su ficha como si alguien me la fuese a quitar y pregunté cuál era el próximo paso para adoptarlo.

Ahora tengo su foto en frente. La he mirado todos los días desde que lo adopté. Pienso en él y en el momento en que me escriba su primera carta. Seguramente lo obligarán a que me dibuje, o escriba algo, lo obligarán porque a su edad y siendo aún un niño, no le debe gustar dejar de jugar para escribir. Debe ser especialmente difícil escribirle a una desconocida, cuyo único vínculo son treinta y cinco dólares mensuales. Me provocó abrazarlo cuando vi su foto por primera vez y cada vez que lo miro me pasa lo mismo. Ricardo A vive con sus padres, 3 hermanos y una hermana. Su padre es jornalero asalariado y su madre ama de casa. La ficha también dice que la familia vive en una comunidad afectada por el SIDA y no específica si sus hermanos tienen, o no la enfermedad. No necesariamente a todos los hijos se les trasmite la enfermedad de la madre. La ficha también cuenta que a Ricardo le gusta dibujar, jugar con carritos y ayudar en su casa cargando agua. No puedo evitar imaginarlo tomando pastillas grandotas, las que vi tomar a los pacientes del Rivington House, en Nueva York. Con la diferencia de que él es mucho más joven que todos ellos y no lo adquirió por sí mismo, nació con el virus. ¡Qué culpa tiene él que su padre le haya sido infiel a su madre, se haya infectado y se lo haya transmitido a ella más tarde! ¡Qué culpa tiene él de quien sea que haya adquirido primero la enfermedad haya venido a contagiarlo, sin él saberlo, ni poder evitarlo! ¿Qué culpa puede tener con apenas once años, si seguramente nunca ha estado con una mujer?

Una vez dije que el día que tuviera un hijo le llamaría Ricardo. Nunca antes, ni después he vuelto a decir que cuando tenga un hijo le llamaré mengano, o fulano. Sólo Ricardo me gustó lo suficiente como nombre como para decir eso. Además, su apellido comienza con A como el mío. Para cuidar su identidad sólo escribieron la inicial de su apellido, pero al menos sé que compartimos las iniciales de nuestros apellidos. Ambos empiezan con A. Ricardo, ya estoy pensando que iré a conocerte cuando vaya a República Dominicana. Nunca he ido, pero ya iré. También se me ocurre que debo mandarte unos carritos como regalo de cumpleaños. La ficha dice que naciste el 7 de junio y ya estamos a mayo.