Wednesday, April 25, 2012

Mis abrazos

Acabo de terminar de leer “El libro de los abrazos” escrito por el uruguayo Eduardo Galeano y me gustó tanto que me inspiró a escribir mis propios abrazos. Por eso aquí, en mi blog, escribiré lo que para mí al terminar de leerlo se sienten como abrazos. Espero disfrute de estos 5 abrazos!

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Abrazo # 5: Email

Organizando papeles, echando a la basura libretas viejas y poniendo libros nuevos en los estantes, se me cayo al piso un papel. Al leerlo vi que era un email, un correo electronico, que una amiga me habia enviado 4 anos atras. En el correo me decia que imaginaba que yo estaba triste y se habia encontrado con otra amiga que le habia dicho que yo no estaba muy bien.  En el email me decia que solo me escribia para recordarme que yo era el motor de mucha gente, incluyendola a ella y no queria saber que por ningun motivo yo fuese a estar mal.  Me prometia tambien convertirse ella en algo que usualmente no era: un motor, una fuente de animo y energia, si eso era lo que yo necesitaba para salir del hoyo.  Se trataba de un correo profundamente dulce, que al releerlo y verificar la fecha no pude recordar que me habia pasado.  Sospeche que tenia que ver con el novio de aquel entonces por el tono en el que estaba escrito, pero al no ofrecer mas detalles mi memoria no pudo llenar los espacios en blanco.
Por que habia estado triste yo 4 anos atras?  Nunca encontre la respuesta.
Sin embargo, la preocupacion y el carino de una amiga a quien le importaba lo que me pasaba vencieron el olvido y anos despues, sus palabras llenandome de animo me abrazaron, cuando yo no recordaba el problema que habia despertado su preocupacion. 
Lo bello es concluir que solo el amor prevalece y lo insignificante pasa.  Nuestra amistad prevalecio; lo superfluo paso.  
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(Aqui les comparto la fotografia que compre una inolvidable tarde lluviosa en San Telmo, Buenos Aires.)

Abrazo #4: Beso y tango

Lucas y Jana se besan bailando tango. Una cámara fotográfica inmortalizó ese momento desde arriba y yo tengo la fotografía colgando de la pared de mi habitación. Miro a Lucas y a Jana y me pregunto si todavía estarán juntos, o si la fotografía fue tomada cuando hacía sólo un mes un amigo los había presentado y no se conocían muy bien, por lo que se inventaban los espacios vacíos que suele ser más sencillo y divertido. Quizás en el momento en que la fotografía fue tomada ellos eran muy felices, bailaban tango para ganar dinero en shows, o les daban clases de tango a turistas. ¿Quién sabe cómo estarán ahora, cuatro años después del flash que los captó bailando enamorados? Tal vez ya no se hablan, no se ven, o ni siquiera se conocen porque se han convertido en otro Lucas y otra Jana. Tal vez la historia es al revés y Lucas y Jana tuvieron 4 hijos por los que dejaron Buenos Aires y se mudaron cerca de sus padres en Provincia. En fin, cualesquiera que hayan sido las fotografías de sus vidas después de mi fotografía, les deseo lo mejor a Lucas y Jana.

 Lo único seguro es que cada vez que miro la foto en blanco y negro tomada desde arriba del baile y el beso de ellos dos, me acuerdo que la compré un domingo en la feria de San Telmo y tan pronto pagué por ella, comenzó a llover.

El fotógrafo que me la vendió empezó a recoger todas sus fotografías, tapándolas con periódicos y cartulinas, luchaba por protegerlas del agua y después corrió, como corrí yo también y corrimos todos los que ese domingo disfrutábamos del tango callejero, las ventas de alfombras, las antigüedades y los libros de la feria. Por la lluvia me escondí la fotografía debajo de la blusa y ahora cada vez que la miro me acuerdo de ese bello momento. Tres amigas y yo nos protegíamos de la lluvia bajo un alero en San Telmo, Buenos Aires. Otras personas habían dejado las mesas vacías y las podías ver igual que nosotras, debajo de los aleros, mientras el agua corría techo abajo, moviendo las hojas secas calle abajo, llevándose todo consigo. Buenos Aires bajo la lluvia se veía hermoso.
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Abrazo 3: Milán

Caminaba yo por Milán tomándome un helado de vainilla que se chorreaba fuera del cono, mientras se derretía a pesar del frio que hacía en abril. Las lágrimas me corrían por las mejillas, como el helado por el cono, en vez de congelárseme en la cara por el viento frio y seco. Era mi primera vez en Italia. Era mi primera vez en Milán. Mi novio me pedía que parase.

Para, por favor, para ya.

Yo intentaba parar pero no podía. No venía al caso tal ataque de llanto, yo lo sabía, pero hay momentos en que nuestras lágrimas saben porque fluyen aunque nosotros no lo sepamos. Aparentemente yo lloraba porque él me acababa de decir que yo era un desastre; justo después de haberle dado un golpe a la cámara fotográfica que él me había regalado en uno de nuestros aniversarios. Fue el sonido áspero de todas las vocales y consonantes en la palabra desastre los que detonaron mi lagrimal.

Sin embargo, yo lloraba principalmente por mí. Valga la redundancia, pero ésa es la verdad. Lloraba porque no debía estar en Italia con un hombre que hacía mucho que no quería. Lloraba porque dudaba si alguna vez lo había amado y eso me daba más pena aún. Pena por el tiempo perdido y por verlo a él tan perdido en su búsqueda de palabras que me hicieran sentir bien y parar de llorar. Palabras que él no encontraba, mientras nuestros conos de helado se derretían y yo entre tantos pensamientos miraba la catedral de Milán que al doblar la curva nos quedaba ahora enfrente.  Tenía la fachada tan blanca que debía ser cierto lo que la guía nos había dicho sobre la limpieza con una manguera a presión que le habían dado.  Aquella sería la catedral que más me gustara de todas las que vería en Italia.

En fin, yo había cometido un error por no haber tomado una decisión antes del viaje. Nunca es el momento para decir algo difícil que implica cambios y por eso no había dicho nada antes de viajar a Milán. Ahora tampoco era el momento propicio, nos faltaba por ver la Galleria Emmanuelle, donde pisaríamos el toro dibujado en el piso que tiene un agujero porque todo el mundo hace lo mismo y caminaríamos hasta llegar al Teatro Scala. Después seguramente iríamos a un café y yo pensaría que aquel era uno de los últimos cafés que beberíamos juntos, como este helado, el primero que me tomaba en mi vida llorando y después de Milán, el ultimo que me tomaría así.
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Abrazo 2: La hija del escritor

A Cosetee le pusieron un nombre literario porque sus padres amaban la literatura. Su padre era un escritor policíaco que conoció a la madre de Cosetee en la biblioteca donde ella trabajaba, cuando él fue a ésa y no a otro lugar a presentar su primer libro. Ambos pensaron que su hija sería una lectora empedernida y desde chica le leyeron cuentos de hadas, horror y misterio, poemas, canciones y hasta uno que otro soneto de Garcilaso. Cosetee fue una hija ejemplar, se graduó de la universidad, les dio dos nietos y los hizo profundamente felices. Eso sí, a Cosetee nunca le gustó leer. No leyó un libro de su padre hasta el día en que éste murió. Fue entonces cuando en dos años leyó la veintena de libros que su progenitor había escrito y se alegró de haber esperado tanto; porque sentía haber burlado la mortalidad. Reía y lloraba con su padre con la misma intensidad que lo había hecho siempre.
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Abrazo 1: Mi pez

Cuando yo era niña mi abuela enfermó de una enfermedad que yo no sabía nombrar, ni entendía. Sólo notaba que los mayores susurraban delante de mí, pero yo no comprendía que era, ni lo que significaban aquellas caras largas. Fue entonces cuando la mujer más paciente y especial que conocí y he conocido hizo algo muy sabio. Abuela me regaló un pececito. Me dijo que para que el pez fuese feliz lo tenía que alimentar tres veces al día y cambiarle el agua tres veces a la semana. De repente yo tenía una responsabilidad. Abuela me dio el pez en una vasija de cristal, ancha y redonda que abundaban en Cuba porque se usaban mucho para ponerles dentro un tubo de pasta dental con una mecha que diera luz cuando se iba la electricidad y ocurría un bien denominado “apagón”.

Pero un buen día, abuela, mami y yo salimos tan rápido de la casa que no nos dio tiempo llevarnos el pez. Mi mama se tenía que ir con abuela a Matanzas a hacerle unos análisis urgentemente y prometieron regresar pronto. Aquel pronto se convirtió en semanas y cuando mami y abuela me fueron a recoger a la casa de mis tíos, les pedí que corriéramos a casa de abuela para ver y alimentar a mi pez. Solamente mami tenía energía para llevarme. Cuando llegamos abrimos la vieja puerta de madera, tropezamos con el polvo y el olor a casa encerrada y en desuso, pasamos la sala, la saleta, todo el largo pasillo por el lado de los cuartos y el baño y al fin, al abrir el aparador de la cocina, nos encontramos con el agua verdosa, grisácea de la vasija y adentro flotando sin vida estaba mi pez anaranjado. Por más que yo movía la vasija, el pez no nadaba.

Han pasado veinte años y aun recuerdo como si fuese ayer mami tocándome el pelo y preguntándome por qué lloraba. Yo le respondí que quería tener al pez para recordar a abuela cuando me faltase. Mami me dijo que no debía decir eso porque abuela tendría una vida mucho más larga que la que este y cualquier otro pez podía tener. Me recuerdo entonces sosteniendo la vasija con las dos manos y mirando el agua sucia con el pez inerte dentro. Me recuerdo llorando, como si hubiese sabido lo de abuela, cuando en realidad yo no había escuchado ni entendía lo que significaba cáncer. Me parece extraño porque lo debo haber presentido. Esa es mi única explicación. Abuela no duro más de un año después de aquello. Sin proponérmelo y tal vez porque nadie me regaló uno, nunca mas volví a tener un pez. Mami y yo pusimos el pez en una cajita de fósforos y lo enterramos.