Thursday, October 02, 2008

De viaje por Argentina

Buenos Aires, una ciudad caótica, inmensa, hermosa, inolvidable.... Tiene ese nombre por la virgen del Buen Ayre. Los libros de historia dicen que se fundó en 1536 por Pedro de Mendoza, pero yo, que tuve una guía turística estudiosa, sé que la verdadera fundación fue en 1580, cuando Juan de Garay la llama Ciudad de La Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre. Por qué es ésa la fundación que debe contar? Porque sólo entonces se había construido una casa de gobierno, un cabildo, una catedral y una serie de instituciones requeridas por las leyes de las Indias en aquel entonces para que fuese considerada una fundación.
Mi primera sugerencia a esos amigos que piensan, desean, o algún día irán sin querer, o por accidente a Buenos Aires es que vivan la ciudad. En ese Mac Donalds de la esquina mis amigas y yo esperamos por horas a un amigo que nunca llegó. Con tanta espera descubrimos que aquella era una esquina de encuentros; mientras lo esperábamos a él notamos que llegaban amigos al encuentro de otros amigos, una muchacha le daba un beso a un flaco, un joven sonreía desde lejos al ver que su novia lo esperaba... Prestarle atención a esos grandes, pequeños detalles es vivir la ciudad; al menos para mí. Uno a veces mira la ciudad que visita como si ésta fuese un experimento científico, analiza si está limpia, o sucia, llena, o vacía de mendigos y a veces, o casi siempre, olvidamos cuando vamos de turista que ese sitio es el universo para mucha gente, de todas las edades, condiciones sociales y género. Verlos a ellos interactuando en sus vidas diarias puede vertir nueva luz sobre la vida propia.

Segunda recomendación: Recorrer el cementerio de La Recoleta. Se dice que para vivir en el barrio La Recoleta hay que tener mucho dinero, pero para ser enterrado en su cementerio, hay que tener aún y algo más. Famosos, políticos, cantantes y figuras célebres descansan aquí y aunque suene creepy, o espeluznante, es un paseo profundamente espiritual. El sitio emana paz. A mí pocos lugares me han hecho reflexionar tanto y tan tiernamente sobre la muerte como éste. Junto a la ciudad de los vivos emerge la ciudad de los muertos. Este es un microcosmos de Buenos Aires, por sus laberintos y distintos motivos arquitectónicos en sus tumbas.

La tumba de la joven de 19 años, Rufina Cambaceres, fue mi predilecta. La joven por error fue enterrada viva y la estatua afuera de su tumba puede interpretarse como ella librándose de su encierro, o abriendo la puerta que la encerrará viva en su tumba.

Rufina se preparaba para ir al teatro el día que celebraba su cumpleaños, cuando se desmayó y los médicos la dieron por muerta al notar que no tenía signos vitales. Al poco tiempo, el cuidador del cementerio notó que la tumba estaba movida y la familia la revisó, temiendo que se tratase de un robo, porque habían enterrado a la joven con sus mejores joyas y vestuarios. Sólo entonces se dieron cuenta que Rufina había intentado escapar de su tumba. Sus manos arañadas y las manchas de sangre en ésta eran la prueba. Rufina había asistido viva a su velorio y entierro. La joven padecía de catalepsia, una enfermedad que hace perder los signos vitales y todos, sin querer, la habían dado por muerta.

La leyenda, o el chisme histórico, añade que su mejor amiga le provocó el desmayo a Rufina, confesándole que su novio era también amante de su madre. Ese Hipólito Yrigoyen fue tiempo después el único presidente soltero que tuvo la Argentina y si fue, o no amante de la madre de Rufina es aún un misterio. Sí se sabe que fue el novio de Rufina.

La tumba de Eva Perón. Siempre llena de flores, prueba de que no es un mito cuánto lo amaron y la aman.

Esta fue la tumba más graciosa que ví. El esposo le había sido infiel en vida a su mujer y ella había sido tan infeliz a su lado que pidió le contrúyesen una tumba de espaldas a él, para ni después de muerta tenerlo que mirar y mucho menos mirar en su misma dirección.


Y entonces vimos esta tumba. Entre tantos mausoleos, estatuas, cúpulas impresionantes, cajas de cristal y demás lujos, una tumba de madera, humilde y sencilla. Me conmovió la flor roja que un ser querido debió haber colocado en ella. Sobretodo, porque pasé frente a muchas tumbas lujosas que no tenían flores.

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