Monday, December 22, 2008

El amorodio


Cuadro de Maria Martha Pichel (Dama de rojo)

Ella quisiera poder decir esa línea de Sabina "lo nuestro duró lo que dura un whisky on the rocks", pero se acabó demorando más de 500 noches en olvidar a quien primero llamó su "primer amor", a los tres meses describió como un "comemierda", a los seis meses como un "hijo de P" con mayúsculas y con el tiempo regresó al primer calificativo, sólo para degradar su descripción más tarde; siempre leal a la filosofía de que el ser humano es el único animal que choca varias veces con la misma piedra. La realidad no es que fuese loca, neurótica, o emocionalmente inestable, como a muchos hombres les encanta describir a las mujeres. Tampoco se debía a que pensase demasiado como él le aseguró. La realidad, o al menos su realidad, es que lo creía cambiado. Siempre que regresaba anhelaba, deseaba, pensaba y se acababa creyendo el mismo espejismo. "Este es un error garrafal que las mujeres nos especializamos en cometer," se decía mientras repetía el error.

Pasaba el tiempo y por la memoria selectiva, que había estudiado en psicología y culpaba de todo, recordaba lo lindo, descartaba lo feo y volvía a descubrir los matices seductores en la personalidad de su primer amor. Se perdía en su carisma,la sonrisa amplia, la inteligencia aguda, el encanto brujo que la había enamorado años atrás y la forma única en que él hacía que ella fuese en su presencia. Todos los motivos por los que no lo habían intentado en serio, ni se habían quedado juntos, seguían ahí, presentes aunque ocultos. Sus ángulos más cortantes, como la cara que nunca vemos de la luna, permanecían a oscuras y al no verlos, ella se hacía la ilusión de que no existían. Mas no por mucho tiempo se puede esconder lo que se es. El acababa desvelando su descaro, haciéndole proposiciones indecentes, mostrando su egoísmo, mencionando sus planes dispares a los anhelos de ella, siempre ajeno a sus más dulces sueños.

Concluyó que con el tiempo no se madura. No se crece. No se aprende. Se entra en los treinta de forma más cínica y calculadoramente. Se pasa un período de sufrimiento y se recupera a medias. Se le llama al desencanto lección, a las desilusiones enseñanzas. Se pierde la fe en las palabras, en dependencia de quien vengan, y cuando vienen de gente buena también se ponen en duda. Se empieza a dejar de leer el brillo en los ojos ajenos para priorizar las acciones, por la realidad de que una acción vale más que mil promesas con palabras. Se aprende que es posbile el fenómeno de odiar a quien primero se amó y que por épocas también se puedo amodiar a esa persona.

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