Reportaje del día de San Lázaro
Cortesía de Google
Hoy fui al Rincón de San Lázaro en Hialeah. Hubiese preferido contar la historia de la peregrinación de los cubanos en la isla al santuario original, al Rincón de San Lázaro en La Habana, pero qué se puede hacer, vivo en el exilio y sólo puedo contar este lado de la historia, que a fin de cuentas es igual de conmovedor, humano y agridulce. El Rincón de San Lázaro de Hialeah permaneció abierto toda la noche en vísperas al 17 de diciembre, recibiendo devotos vestidos de saco que le trajeron centavos y muchas flores al santo que mira con ojos dulces a los que se arrodillan ante su imagen. Hoy, las filas eran igual de largas que anoche. Toda la multitud quería verlo, arrodillarse frente a sus pies, encenderle velitas y hacerle pedidos en voz baja.
Me gusta mi trabajo por permitirme presenciar esos momentos, darme las oportunidades de ver y conocer gente nueva todos los días, mirarla a los ojos y escuchar sus historias. En el rincón de Hialeah conocí a María Mercedes, una brasilera devota a San Lázaro, que trabajaba arreglando los miles de ramilletes de flores que los creyentes traían al santuario. Ella le hizo una promesa a San Lázaro para que el hijo prematuro que le nació 11 años atrás sobreviviera. El niño nació pesando una libra. El médico le dio como máximo dos años de vida. María Mercedes tuvo fe. Ella sabía que San Lázaro le concedería el milagro. "Mi niño nació feo, feo," me dijo "parecía una palomita, tenía los ojos grandes, grandes y muy negros. Cuando empezó a gatear se movía como una culebra, como un bicho..." María Mercedes comenzó a llorar rememorando esos momentos. Ella ama a San Lázaro desde ese entonces. Dice que el santo mendigo le salvó a su hijo y el niño también lo quiere mucho.
A la salida del Rincón de San Lázaro a una señora que repartía estampillas le pregunté por qué era tan devota al santo y ésta no me pudo contestar porque se echó a llorar. Le habían diagnosticado cáncer 4 años atrás y San Lázaro la había salvado. Haciendo fila para entrar había otra señora que me contó venía desde que su hijo estaba en Cuba y como San Lázaro le había concedido su deseo de tener a su hijo con ella, venía todos los años a darle las gracias.
El Rincón de San Lázaro me recordó mucho a mi abuelo materno. Sentí que estaba cerca de él; a pesar de que abuelo murió hace muchos años, cuando aún yo no tenía ni diez años. El sí era muy devoto a San Lázaro, crecí viendo una imagen del viejo Lázaro, como cariñosamente le gustaba llamarlo, en su casa. Cuando mis primos y yo eramos pequeños un día jugando a los escondidos nos ocultamos detrás de la imagen de San Lázaro y mi primo menor le pidió perdón al santo por ello. Nunca volvimos a hacerlo. Fue algo extraño. Yo comparto algo muy especial con mi abuelo y San Lázaro, mi amor a los animales y en especial, a los perritos.
La devoción del pueblo cubano a San Lázaro me parece un gesto hermoso, purificador, edificante, que anima y le da fuerzas a los creyentes.
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