Les presento mi trabajo final para mi clase El Dorado y la prueba de el por qué no he tenido tiempo para escribir en mi blog. Esto es para tí, papi, el hombre que más quiero y el único lector que me pidió que volviese a empezar a escribir. Gracias a tí por tanto apoyo!
Arlena Amaro
SPW 6495
Profesor: Santiago Juan-Navarro
América, utópica y antiutópica en el cine y las crónicas
En 1492 Colon descubre América. Pocos años después Moro escribe Utopía (1516) y la obra es traducida rápidamente al castellano por el monje Francisco de Quevedo. No es una coincidencia el que el pensamiento utópico del que hablase Moro e pusiese de boga justo después del descubrimiento de un nuevo continente. Según Beatriz Pastor cuando se descubrió el continente que inicialmente llamaron terra incognita, o tierra desconocida, éste se convirtió en la suma de todos los mitos y leyendas que circulaban en Europa. Tampoco fue coincidencia que los textos de Plinio, Imago Mundi y como ya mencionamos, Utopía de Tomas More, se publicasen después de dicho descubrimiento, o como los estudiosos modernos prefieren llamarlo: el encuentro.
La aparición de un mundo distinto con nativos diferentes despertó un campo infinito de posibilidades, incluso la posibilidad de un lugar ideal como proponen los dos neologismos griegos, ou equivale a ningún y topia a lugar, o tambiún y topia a lugar, o también puede ser eu que significa buen y topia que quiere decir lugar, o localización. En mi opinión, Moro puso por escrito una idea que ya estaba en el subconciente colectivo: la creencia en la existencia de un paraíso terrenal, que muchos exploradores de América llamaron El Dorado y ubicaron en el nuevo continente. Este trabajo se propone analizar la creación de la utopía en las crónicas de Cristóbal Colón y Hernán Cortés y como esta visión inicial se vuelve anti utópica en las crónicas de los exploradores posteriores, Cabeza de Vaca y Lope de Aguirre.
Aunque en las cartas de Cristóbal Colón y Hernán Cortés no se usan los términos utopía o utópico, se ve claramente la creación a través de la escritura de un lugar ideal que ambos ubican en América. Colón en las islas del Caribe y Cortés en México, describen lugares con civilizaciones ideales, parecidas a la que Moro ubica en la isla Amarrote de su novela Utopía. Con el paso del tiempo y las llegadas y regresos a Europa de los conquistadores españoles va cambiando la visión inicial de estos. Cabeza de Vaca y Lope de Aguirre llegan al nuevo mundo después de Colón y Cortés y en sus respectivas crónicas y cartas vemos una ruptura con la visión utópica que refirieron los primeros.
En la carta de Colón a Luis de Santangel sus descripciones de las tierras “fertilísimas en demasiado grado”, sierras y montañas “hermosísimas”, animales “de mil maneras” y habitantes sin “armas salvo las cañas” son pruebas de la visión idealizada que el almirante inicialmente tuvo de América y sus habitantes. Además de referir el paisaje americano por primera vez, Colón fue el primero en hablar sobre sus habitantes: “andan todos desnudos”, “jamás dicen que no, antes convidan la persona con ello, y muestran tanto amor que darían los corazones” (25-26). A través de cartas como ésta se comienza a crear el mito de “el buen salvaje” en “la ciudad ideal” que perdura por años en España y en gran medida ha llegado hasta nuestros días. Esta América que Colón crea en sus cartas se parece al lugar Utopía que Moro creó en su novela, porque los nativos que ambos describen conviven en comunidad, lo comparten todo, en una estructura que bien pareciera anárquica y hasta cierto punto, primitiva. En esta misma carta Colón hace evidente el sentido comunitario con que vivían: “Ni he podido entender si tienen bienes propios, que me pareció ver que aquello que uno tenía todos hacían parte, en especial de las cosas comederas” (26).
En múltiples ocasiones Colón describe al Nuevo Mundo comparándolo con lo que él conoce, Europa. En sus descripciones, las nuevas tierras son superiores a las del viejo continente: “esta isla es mayor que Inglaterra y Escocia juntas”. Además, de compararlas a distintas regiones de España. Por su parte Cortés, en su primera carta de relación con fecha del 10 de julio de 1519, le habla a los reyes y príncipes sobre la caza, los animales, y la abundancia de maíz en las tierras de Yucatán. Al final de ésta le escribe una lista con las descripciones de las joyas y piedras que junto a la carta les envía. No vemos a un Cortés maravillado en extremo hasta su segunda carta, fechada 30 de octubre de 1520, cuando describe la ciudad azteca Tenochtitlán “fundada en una laguna salada” (62), con cuatro entradas a las que se entra navegando por dos leguas. Compara la ciudad azteca con Granada, Sevilla y Córdoba y dice “que lo mejor de Africa no se le iguala” (41). En referencia a la forma de gobierno dice que “es casi como las señorías de Venecia y Génova o Pisa” (41). Cortés aquí describe como Colón basándose en lo que conoce, valiéndose de ello para comparar lo nuevo con lo conocido. Mas éste, al igual que Colón, se maravilla en extremo con lo que ve y no tiene palabras para describir la grandeza que presencia: “mas como pudiere diré algunas cosas de las que vi, que aunque mal dichas, bien se que serán de tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá con nuestros propios ojos las vemos, no las podemos en el entendimiento comprender” (62).
Cortés también hace una valorización del indio, no describiéndolo como el hombre primitivo, o esa tabula rasa a la que Colón aludió. El conquistador de México fue más conciente del hecho de que los nativos tenían un pasado con historia y civilización propias: “En su servicio y trato de la gente de ella hay la manera casi de vivir que en España; y con tanto concierto y orden como álla, y que considerando esta gente ser bárbara y tan apartada del conocimiento de Dios y de la comunicación de otras naciones de razón, es cosa admirable ver la que tienen en todas las cosas” (Cortés, 66). En mi opinión, en las crónicas de Cortés, Cabeza de Vaca y Aguirre no vemos la negación al pasado pre-hispánico que Aínsa nota en los conquistadores y la cual definitivamente si se nota en Colón.
En Colón parecemos estar viendo una proyección de lo que el almirante quiere ver y conoce a través de sus libros. Si Colón creía en verdad que América era ese lugar grandioso y utópico que describió en sus cartas se llevó la respuesta a la tumba, porque sus descripciones exageradas bien podían estar influidas por sus motivaciones. El almirante escribía para cumplir con la obligación de los navegantes y comerciantes de informar a los reyes sobre sus viajes y hallazgos. Siguiendo las reglas, los marineros recibían méritos y favores reales para sus expediciones. A Colón definitivamente le convenía más haber descubierto un lugar maravilloso, como el que describió, que un campo común y corriente, sin riquezas minerales, ni tierras fértiles. También pudiera darse la posibilidad de que Colón fuese tan soñador que creyese encontraría tarde, o temprano unas tierras “fertilísimas” llenas de “minas de oro” como las que dijo haber hallado, sin ser esto cierto.
En la citada primera carta a los reyes y Santangel, Colón tenía que tranquilizar a los inversionistas de la época, la corona, convencerlos de que la inversión en su proyecto había valido la pena, e incentivarlos a que lo apoyasen en sus viajes futuros. Es cierto que lo desconocido arranca admiración desmedida, pero la exageración de riquezas tangibles, que en realidad no vio en su primer viaje, bien pudo haber tenido un propósito calculado. Tal vez Colón quiso escribir una especie de folleto turístico, o propagandístico para impulsar sus propósitos y avanzar su empresa. En ocasiones, sus descripciones de los lugares parecen sacadas de un folleto turístico moderno. Por su parte, el propósito de Cortés era justificar su desobediencia a Diego Velásquez, a quien llama en su segunda carta: “movido más a codicia que a otro celo” (8).
Colón constantemente está viendo la que Aínsa llama “la mítica ciudad de Cipango” y Catay como sus dos objetivos, mientras se enfrenta a otra realidad. El oro es un medio para la conquista de Jerusalén, uno de sus propósitos, como lo demuestra al final de su carta: “dar gracias solemnes a la Sancta Trinidad con muchas oraciones solemnes, por el tanto enxalcamiento que haurán en tornándose tantos pueblos a nuestra sancta fe, y después por los bienes temporales que no solamente a la España, más todos los cristianos ternan aquí refrigerio y ganancia” (10). Colón quería hacer algo por el bien de todos los cristianos, no sólo los españoles, lo cual es prueba de su religiosidad arcaica, algo que tenía en común con Tomás Moro. La religiosidad de ambos hace verosímil sus creencias en una utopía, porque el catolicismo cree en la existencia de un paraíso. La novedad que ambos proponen es situar un paraíso en la tierra y valerse de la pluma y la palabra para hacerlo. Aunque las intenciones de Colón pueden no haber sido tan nobles, como ya hemos mencionado al hablar de sus motivaciones. Todorov señala que Colón tuvo un deslizamiento pasando del asimilacionismo a la ideología esclavista hasta que desaparece del todo el Colón mesiánico que buscaba al gran can, quería oro para conquistar a Jerusalén y cumplir su misión evangelista. Esta transición se nota en el segundo viaje, cuando Colón pide que lo dejen llevar criminales para crear el nuevo mundo y llega a abogar por la importación de esclavos. ¿Cuán utópico puede ser un mundo que se puebla y se construye con semejantes manos obreras? Creo que como Todorov implica y Ridley Scott muestra en su filme 1492, para el final de sus días Colón se convenció de que construir ciudades, organizar un sistema de gobierno y poder, o simplemente subsistir en el Nuevo Mundo, estaba muy lejos de ser un trabajo fácil en un continente utópico.
En mi opinión, 1492 de Ridley Scott fue la película que mejor representó visualmente la visión idealizada que Cristóbal Colón tuvo de América y su subsiguiente desengaño en que éste no era el paraíso que anhelaba, o el lugar donde se podría hacer una utopía. En el filme está la vegetación extravagante, frutas, el panorama colorido de atmósfera espectacular y los nativos nobles que describió Colón en las crónicas. Mas, con el paso de los viajes y años, Scott muestra a un Colón agotado, enfrentándose a un mundo caótico, sin armonía ni orden. La reina Isabel incluso le dice a Colón que el Nuevo Mundo es un desastre. No hallé pruebas de que Colón creía que el Nuevo Mundo era un infierno en sus cartas, pero dado a su fracaso en la fundación de nuevas ciudades, no es descabellado especular que su visión inicial de América evolucionó y no necesariamente para mejor.
En las crónicas de Cortés vemos en ocasiones una visión idealizada de América que se asemeja a la de Colón, pero éste no presenta necesariamente un paraíso primitivo, libre de conflictos, guerras y problemas. Al contrario, Cortés habla de las tribus que le temen, e incluso odian a Monctezuma. En su segunda carta comienza hablando de los hombres que se han sumado a sus tropas y los llama “leales vasallos” del rey. Aclara que estos mismos hombres habían sido súbditos de Monctezuma y también presta relación de la rebelión de Cacamazín en contra del rey azteca.
La visión de América de Cabeza de Vaca en Naufragios es anti-utópica. El Nuevo Mundo que Vaca conoce es cruel, avasallador y difícil por la inversión de papeles. Desde el huracán que provocó el naufragio de la nave de Pánfilo de Narváez en 1927, hasta 1535 que se reencuentra con españoles, Vaca vivió con distintos grupos de aborígenes de las costas de Texas. Su experiencia no fue ni remotamente ideal, o utópica. Los indígenas quevenes lo golpeaban y hasta lo amenazaban a muerte a él y sus compañeros. Era tanto el temor que Vaca y sus amigos sentían que uno de ellos se regresó a vivir con los indios de los que primeramente habían huido, los karankawas. El mundo indígena que Vaca describe está muy lejos de parecerse a los pueblos que viven en armonía comunitaria, comparten sus alimentos y dividen todos sus bienes entre el resto del grupo, que Colón y Moro describieron en sus respectivos escritos. Los quevenes de Vaca les roban a los demás indígenas. Ellos gobiernan, manipulan y utilizan a los españoles para despertar miedo entre los otros grupos indígenas que nunca antes habían visto a los extranjeros y de este modo robarle sus bienes. Enviando un mensajero antes de su llegada, van preparando el terreno para que al arribar los habitantes de la tribu estén listos para rendirle homenaje a estos hombres sobrenaturales que ellos les aseguran les curarán todo tipo de males. Su convivencia con los indígenas mariames no es mucho más idónea. A estos le teme tanto como a los quevenes porque mataron a un español llamado Esquivel a causa de un mal sueño.
A través de su relato Vaca debió derrumbarle al rey la noción que muchos europeos tenían del buen salvaje y esa tabula rasa que inicialmente creyeron hallar en América. Vaca incluso concluyó que no los pudo evangelizar porque cada grupo hablaba una lengua diferente y en los casos en los aprendió su lengua nativa, ello no fue suficiente para convencerlos. La crónica de Vaca describe una América que es la antítesis de la utopía y unos indígenas que están lejos de parecerse al buen salvaje que describió Colón. El adjetivo “feroz” es el que Vaca usa para describir a los indios que conoce. Cuando comienza a llegar a la zona dominada por los españoles la visión del continente y la gente no es mucho más esperanzadora. Vaca dice ver “los lugares despoblados y quemados y la gente tan flaca y enferma, huida y escondida toda” (32). La naturaleza no es extravagante y hermosa y sus habitantes no son felices. Mas tarde explica que ello se debe a la matanza de indios que en esa zona el capitán español Nuño de Guzmán había hecho. Las imágenes que Cabeza de Vaca ofrece de los territorios indígenas dominados por los españoles son las más anti utópicas de toda su obra. Mas que un lugar idílico o simplemente bonito, América parece un campo de guerra y desolación. Vaca supo aprovechar ésta y sus otras malas experiencias en el mundo americano para aprender sobre su flora y fauna, la religión, e idiosincrasia indígena. Por los vastos conocimientos que adquirió en sus desventuras impresionó al rey Carlos V y consiguió la gobernatura de la Plata. Vaca fue lo suficientemente astuto como para transformar a beneficio los fracasos en el mundo que se le había antojado utópico y había sido para él antiutópico.
Lope de Aguirre llegó al Perú alrededor de 1936. Venía con la intención de encontrar su utopía: El Dorado. Su mayor deseo, al igual que el de la mayoría de los conquistadores, era hacerse rico. La realidad que halló fue otra. Las principales ciudades ya habían sido fundadas y otras estaban en el proceso de terminar su fundación. Para el año 1559 las ciudades de Jauja, Cuzco, Quito, entre otras, se habían fundado. Los conquistadores o sus descendientes acaparaban las encomiendas, cargos de cabildos, tierras, u otros bienes, representando menos del 10 porciento de los habitantes. Esto dejaba a una mayoría de españoles, entre ellos Aguirre, sin bienes, ni esperanzas de prosperidad.
“Soldados, componentes de diversas huestes, que no habían sido remunerados ni atendidos en sus peticiones; tras diez, quince, o veinte años de estancia en Indias, habiendo participado en diversas campañas y expediciones donde gastaron sus pobres recursos y su juventud, debían deambular por las villas” (Contexto histórico de la expedición de Lope de Aguirre, 3). A Aguirre se le considera un marañón y la misma fuente pasa a definir los marañones como un “grupo de aventureros y desheredados de la conquista que deambularon tras las guerras por todo el Perú…buscando una oportunidad de mejorar de vida y que para su desgracia no encontraron en sus intentos sino el anonimato, la miseria, o la muerte” (2). Por pertenecer a este grupo y haber dejado constancia de sus experiencias, Aguirre representa los muchos hombres que vinieron a América para prosperar y llegaron tarde a la repartición de bienes. Representa a los exploradores que buscaban una utopía y hallaron su antónimo. De ello no hay mayor evidencia que los escritos de Aguirre.
Los únicos documentos que han sobrevivido de Lope de Aguirre son sus cartas a Fray Montesinos, al rey Felipe II y al gobernador Callado de Venezuela. En todas vemos que encontró un mundo despreciable que criticó sin mesura, ni censura, diciéndoselo incluso al mismísimo Rey Felipe Segundo. Aguirre critica el sistema de poder del Nuevo Mundo. Para él, que se ha quedado fuera de la distribución de las riquezas, éste es el antónimo de El Dorado que vino buscando. En su carta al Rey Felipe Segundo aprovecha para criticar las autoridades coloniales, asegurándole que no le cuentan toda la verdad de lo que por esas tierras pasa y lo que ellos hacen. Con respecto a la iglesia declara: “los frailes a ningún indio pobre le quieren predicar y están aposentados en los mejores repartimientos del Perú” (Carta de Lope, 140). Quintana dice que con estas críticas y su tono irreverente, Aguirre se distancia del discurso cortesiano y a diferencia del gobernador de México, quien rompió con Diego de Velásquez pero mantuvo su fidelidad a la corona, se desentiende de toda autoridad, tanto colonial como real. Quintana asegura que Aguirre va demasiado lejos, sabe que no tiene perdón y sólo escribe para “auto-justificarse” (165). Este acto en sí muestra que el Nuevo Mundo estaba en conflicto. Lejos de ser una utopía se había convertido en un desencanto para todos esos hombres que Aguirre menciona en sus cartas y dice han “trabajado y sudado su sangre” sin ser “gratificados” (138). América no es para Aguirre y los marañones la tierra prometida. Al contrario, Aguirre se refiere constantemente a “las maldades destas tierras” (140) y lo imposible que se le ha hecho triunfar aquí.
Según Quintana en Aguirre “no hay registro del mundo indígena” porque desde el comienzo éste estaba demasiado sumergido “en su idea de rebelarse, no puede ver a los otros” (168). En su carta al rey apenas menciona el río de las Amazonas y su única y escueta descripción de este consiste en decir que era: “grande y temeroso” (Carta de Lope de Aguirre al Rey, 141). Las películas El Dorado de Saura y Aguirre de Herzog tampoco muestran a Aguirre en contacto con la naturaleza, o interesado en conocer y aprender del mundo indígena, como le ocurriese a Vaca. Al mostrarlo aislado y desentendido de todo y todos, los filmes plasman la verdad de lo que se sabe de Aguirre. Ambos filmes lo muestran como el eterno “peregrino” que andaba explorando, sin detenerse a ver la naturaleza, o los nativos, concentrado en su afán por encontrar El Dorado.
“Los conquistadores, por ejemplo, buscaban ciudades fabulosas (Aguirre, “El Dorado). La mayoría de las veces sus deseos no eran satisfechos y, entonces, inventaban nuevos “botines” (los esclavos en Colón, el maíz en Cabeza de Vaca, etc.). Debido a la imposibilidad de descubrir los fabulosos sitios plagados de oro, Aguirre, entonces, diseña su proyecto de volver al Perú en donde sí existían riquezas” (Quintana, 167). Sin embargo Aguirre, tal y como lo muestra la película de Herzog, murió sin riquezas y totalmente solo. Rechazado por muchos y temido por otros, el primer colonizador rebelde del que se conoce no encontró un sitio con los españoles, ni los nativos. Al romper con el rey, los súbditos del monarca en América no quisieron ningún tipo de asociación con él y como Herzog lo captó magistralmente, Aguirre se quedó solo. Finalmente, Aguirre es sentenciado a muerte tras su fracaso en la isla Margarita y sus seguidores intentan negar sus vínculos, o afinidades con el considerado “traidor” de España. Si de algo sirvió la rebeldía de Aguirre fue para dejar constancia sobre la realidad, muy lejos de la utópica, de los más desafortunados conquistadores.
La utopía de Colón era Catay y Cipango, unas tierras de especies y esclavos, la de Cortés y Cabeza de Vaca era un lugar donde abundasen oro, plata y piedras preciosas. Como éste último no encuentra riquezas, inventa lo que Quintana llama el nuevo botín, el maíz. Lope de Aguirre buscaba El Dorado. Estas y otras utopías eran el objetivo de muchos otros cronistas aquí no mencionados, posteriores y sucesores a estos. Todos chocaron con una realidad distinta a la imaginada y diferente también, a su utopía. Por ello, a la hora de contar sus experiencias en América, cada conquistador tenía en mente un objetivo distinto, querían revelar ciertas cosas y ocultar otras. A Colón le convenía enfatizar la grandeza de su descubrimiento para conseguir las financiaciones de sus viajes futuros. Hernán Cortés necesitaba justificar su decisión de romper relaciones con la representación del rey en América, Diego de Velásquez. Además, tenía que explicar los motivos por los que había quemado sus navíos y dar su versión de los hechos para mostrarse bajo una luz más favorecedora ante los ojos del rey. Por su parte, Cabeza de Vaca quería otra expedición y bienes para pasar el resto de su vejez tranquilo. A través de su convincente crónica, Naufragios, consiguió impresionar al monarca y ser compensado. Lope de Aguirre, distanciándose del resto de los conquistadores, no escribe sus cartas con propósitos coherentes. Es difícil pensar que romper con la máxima autoridad del reino, sus representantes en América y criticar hasta el clero, pudiera beneficiarle a su persona de alguna manera. Quintana dice que su escritura “solo le sirve para justificar su acto ante sus propios ojos y, sobre todo, los de la posteridad” y por supuesto, para “auto-justificarse” (165). Sus cartas reflejan un continente en conflicto, ya no sólo por los indígenas que Cortés y Cabeza de Vaca describiesen teniendo problemas entre sí, sino por luchas de poder entre los mismos españoles. La América utópica deviene en antiutópica en las crónicas posteriores a las de Cristóbal Colón.